La luna,
que es el capricho mismo,
se asomó por la ventana mientras dormías en la cuna,
y se dijo: "Esa criatura me agrada".
Y bajó con suavidad por su escala de nubes
y pasó silenciosa a través de los vidrios.
Se acostó sobre ti con la ternura flexible de una madre,
y ardió sus colores sobre tu rostro.
Tus pupilas se pusieron verdes,
y las mejillas extraordinariamente pálidas.
Al contemplar a esta visitante
tus ojos se agrandaron extrañamente,
y ella te oprimió con tal delicadeza la garganta
que te quedó para siempre el deseo de llorar.
Sin embargo, en la expansión de su gozo,
la luna poblaba todo el cuarto
como atmósfera fosforescente,
como veneno fúlgido;
y esta vívida luz pensaba y decía:
"¡padecerás eternamente el influjo de mi beso.
Serás bella a mi manera.
Amarás lo que amo y lo que me ama:
el agua informe y multiforme;
el sitio donde no estés;
el amante que no conocerás;
las flores monstruosas;
los perfumes que provocan delirio;
los gatos pasmados sobre los pianos
y que gimen como mujeres, con voz ronca y dulce!".
"Y serás amada por mis amantes,
cortejada por mis cortesanos.
Serás reina de los hombres de ojos verdes
a quienes cerré asimismo la garganta
con mis caricias nocturnas;
de los que aman el mar, el mar vasto, tumultuoso y verde;
el agua informe y multiforme,
el sitio donde no estés,
la mujer que no conocen,
las flores fúnebres que se parecen
a los incensarios de una religión desconocida,
los perfumes que turban la voluntad,
y los animales selváticos y voluptuosos
que son emblema de su locura".
Y por ello, maldita, querida niña consentida,
estoy ahora tendido a tus pies,
buscando en tu figura
el reflejo de la terrible divinidad,
de la fatídica madrina,
de la nodriza emponzoñadora
de todos los lunáticos.
Charles Baudelaire